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Hablemos sobre «Institutociones»: Acerca del Instituto Rushdoony

La palabra «Institución» tiene un origen jurídico. En su origen hacía referencia a realidades jurídicas tales como a un testamento, los contratos, etc. No hacía referencia, como en nuestros días sí lo hace, a un edificio u organización corporativa, sino que hacía referencia al derecho que se manifestaba en la acción humana.

Aunque al principio la palabra institución apuntaba a realidades jurídicas, o mejor dicho, al derecho que los jurisconsultos describían en sus escritos1, muy pronto el concepto se desarrolló y amplió llegando a denotar las bases fundamentales de la vida humana. Fue así como el lenguaje, la familia, el individuo, la ley, el derecho, los contratos, la cordialidad, el respeto, la autoridad, gobierno, etc., pasaron a llamarse “instituciones”.

Todas estas instituciones,que normalizan2 o gobiernan la conducta de los individuos humanos, surgen de manera espontánea entre los seres humanos como fruto de una cosmovisión heredada por los padres. Cabe aquí mencionar que los seres humanos siempre viven en sociedad, no por pertenecer a un estado o nación, sino por nacer en una sociedad específica: la familia.3

De esta manera, las instituciones son la base fundamental de todo orden social; son el esqueleto que da forma a la comunidad y que sienta las bases por las que todos los individuos operan y se relacionan entre sí.

La nación es el cuerpo o estructura que contiene en sí, de manera espontánea,todas las instituciones que conforman unorden social, las cuales están interconectadas de forma orgánica y que dan una estructura, o cosmovisión, al individuo que vive en dicha nación. De esta manera, entendemos aquí por nación una “supra-institución” que es el cuerpo o estructura (cosmos si se quiere) que une todas las instituciones que conforman al orden social de dicha nación. Otros llaman a esto cultura, pero al ser este un término tan ambiguo preferimos aquí no usarlo por su ambigüedad.

Si las instituciones que conforman una nación(supra-institución) llegan a ser rechazadas por los individuos que pertenecena la nación, ésta,como una supra-institución, conformada por toda una red de instituciones internas, al ser negadas, su identidad como nación deja de ser, dando paso a una nueva nación (una nueva supra-institución) que estará conformada por las nuevas instituciones que serán establecidas. A esto le llamamos aquí “revolución”.4

Es en estos términos que hemos decidido llamar «Instituto» al Instituto Rushdoony, con el objeto de rescatar, redimir, restaurar, estudiar, enseñar y promover las instituciones cristianas, aquellas instituciones que nuestra actual sociedad está cada día intentando borrar de la historia o intentado abstraerlas de su origen cristiano “neutralizándolas”y tomándolas para sí, negando su origen cristiano.Este es el propósito y misión del “Instituto Rushdoony”.

Con el nombre “Rushdoony” queremos hacer un homenaje al gran pensador Rousas John Rushdoony, quien luchó por recuperar las instituciones cristianas inherentes alorden social cristiano que conformó a la Cristiandad y que dan vida a lanación cristiana. Queremos seguir su espíritu, no arrogándonos ser los legítimos herederos suyos, sino simplemente declarando que la misión y batalla que él seguía y por la que peleó, es digna de seguir y de pelear por nosotros, haciendo uso de los dones y de nuestra individualidad que Dios nos ha dado en su gracia.

En el Instituto Rushdoony planeamos generar debate, discusión, exposición de ideas, escuchar propuestas argumentativas, juzgarlas, entregar material de ayuda, medios de crecimiento y de preparación, etc., etc. Queremos ser un lugar de encuentro donde se desarrolle un pensamiento cristiano original, sin mezcla con el pensamiento pagano, a la vez que reclamamos todo dominio de Cristo sobre todas las áreas del conocimiento. Es por esto que queremos también ejercer dominio sobre las áreas del conocimiento que la iglesia hoy ha abandonado e interpretarlas bajo la luz del único estándar infalible de conocimiento y de verdad: las Sagradas Escrituras.

Esta es una tarea generacional y no creemos que el propósito del instituto llegue a su pleno cumplimiento en su primera generación. Creemos que pasarán varias generaciones hasta que la misión del Instituto Rushdoony se vea cumplida.

Nosotros sólo plantamos, otros regarán,otros podarán, pero el crecimiento sólo lo dará Dios y será en Sus tiempos. Nuestro deseoesobedecer el mandato de la gran comisión con nuestro pequeño granito de arena.

A Dios sea la Gloria y el Imperio, y nosotros la victoria

Discusión sobre este documento

1 Es importante aclarar que los jurisconsultos (quienes estudiaban el derecho) nunca “crearon” derecho, sino que simplemente iban describiéndolo en la medida que lo iban descubriendo en las interacciones entre los seres humanos.

2 Nos referimos con “normalizan” a la capacidad de convertirse en normas de la conducta humano y no de lo normal o común que se hace. Aunque puedan ser cosas parecidas, lo normal no necesariamente es norma.

3 Sin embargo, el individuo en abstracción de la sociedad sigue siendo un ser humano por muy alejado que esté de cualquier tipo de sociedad, pero si no posee el conocimiento de las instituciones fundamentales de una nación, le será imposible interactuar de manera eficaz con ella, imposibilitando en principio, la interacción. El individuo no deja de ser humano por no tener el conocimiento de dichas instituciones, pues lo sigue siendo en virtud de su esencia y no por su conocimiento o falta de él.

4 Dos ejemplos de revolución según los términos aquí presentados, son el cristianismo y la revolución francesa. El cristianismo presentó una cosmovisión que tenía sus propias instituciones originales, que, al ser abrazado por los individuos convertidos, éstos rechazaron las instituciones de la nación (la supra-institución) romana. Un cristiano romano empezaba a rechazar las instituciones romanas tales como el derecho romano, la institución de
pater familias, el César como Señor del Imperio, el esclavo como res (cosa y no persona), la mujer como la entendía el mundo romano, y un amplio etcétera de instituciones romanas que fueron rechazadas, o estaban en proceso de ser rechazadas, al abrazar el cristianismo. De esta manera, el cristianismo representó una revolución que hizo cambiar las bases de una nación (Roma) haciendo que Roma dejara de ser lo que una vez fue convirtiéndose en
algo completamente nuevo, sufriendo una “regeneración”. La nueva nación romana ya no abrazaría más las antiguas instituciones romanas.
El otro ejemplo que se debe mencionar es el de la revolución francesa, la cual representa en realidad una contra revolución, pues es un deseo de volver a las instituciones anteriores al cristianismo, rechazando de pleno cualquier institución cristiana y, por tanto, a la nación cristiana misma. Los revolucionarios franceses se esforzaron en redefinir las instituciones de manera positivista, esto es, inventándoselas artificialmente e imponiéndolas, haciendo que sus instituciones, y por tanto su “nueva” nación (supra-institución), sean cosa artificial y no fruto de un orden espontáneo. Así se puede entender la ineludible necesidad revolucionaría de hacer uso de la fuerza brutal, puesto que como no era cosa espontánea, se necesitaba de la brutalidad para establecer las nuevas instituciones.

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¿Qué Quiere Decir Ser Liberal o Libertario?

Escrito por: William García

Se cuenta de un joven emperador chino que al pasear por el campo y ver un rebaño de ovejas pastando le pregunta a su maestro ¿Qué tipo de perros son esos? Su maestro, temiendo por su vida si se atrevía a contradecirlo le respondió, esos perros, majestad, son una clase que denominan ovejas.

El dominio del Cristianismo bíblico sobre el mundo incluye la obra de enseñar el verdadero significado de los conceptos. El Cristianismo por antonomasia es la fe de la Palabra, y las palabras son verdaderas si sostienen el verdadero significado de sus conceptos. Cuando la Cristiandad es negligente dando y enseñando el verdadero concepto bíblico de las palabras, la cultura entra en decadencia. No es coincidencia que la declinación de la influencia del cristianismo en Estados Unidos coincide con el uso de la palabra “liberalismo,” en ese país, para referirse al socialismo; un completo absurdo semántico.

¿Qué quiere decir ser Liberal o Libertario? Si somos bíblicos, por cuanto la libertad no se alcanza sino por la conversión que trae el evangelio y por la santidad sobre el único estándar de la ley Bíblica; un libertario, un liberal (alguien que verdaderamente propende por la libertad) es única y verdaderamente un teonomista. Son las Escrituras las llamadas a definir lo que es el liberalismo, el libertarismo o cualquier otra cosa. Decir, por tanto, que propender por la ausencia de moral Cristiana es una política “libertaria” o que apoyar la existencia de un estado con poderes ejecutivos es una política “liberal”, no es más que un oximorón, es hablar sin-sentidos. El problema de traer el significado de las palabras del convencionalismo o de los cabellos del academicismo y no de las Escrituras, es llamar las cosas por el nombre que Dios no les da.

Parte sustancial del reconstruccionismo de las sociedades, de la evangelización, del discipulado de las naciones, es enseñarle al mundo el verdadero significado de los conceptos. Por ello las primeras obras enciclopedistas son obras de la Cristiandad (Isidoro de Sevilla.) Los cristianos son llamados a darle el significado correcto a las palabras. El apóstol Juan por ejempló tomó una palabra usada por los filósofos griegos (Logos) y la despojó del uso filosófico que por ejemplo le daba Heráclito (principio regulador despersonalizado del universo [razón]) para darle el significado correcto y justo (la Persona Divina Encarnada [el Verbo]). Igualmente, bajo Moisés, ley no es definida por el decreto del poder humano, sino solamente como la legislacion Divina. Bajo San Pablo, amor es el cumplimiento de los mandamientos. Bajo Isaías, paz es el cuplimiento de la justicia. Bajo David, justicia es el cumplimiento de la ley de Dios. Bajo Salomón sabiduría es el temor a Dios. Bajo Pablo, libertad es la acción redentora y santificadora del Espíritu Santo… En fin, de esa manera, libertad, gobierno, justicia, economía, sabiduría, filosofía, historia, ley…, etc, son definidas por las Escrituras. Como por ejemplo, concebir que el gobierno de Dios (teocracia) puede ser definido como el orden bajo un cuerpo oficial de sacerdotes humanistas en el poder, es una completa contradicción.

La libertad es una realidad que solamente puede surgir de la conversión, de la obediencia a la ley de Cristo. El libertarismo no es definido por las obras de Rothbard, Arendt, ni mucho menos por las acciones terroristas de Bakunin. Los “liberales” acusan a los “libertarios” de aborrecedores de la moral, porque al decir libertarismo inmediatamente piensan en el saboteador de las fábricas. Tales “liberales” cometen el mismo error de quienes al oir “celo cristiano” piensan en el inquisidor Torquemada. O el error de quines al escuchar filosofía cristiana piensan en Tomás de Aquino. Liberalismo, no es definido por el escolasticismo naturalista de Locke, ni libertarismo es definido por Hayek, sino que liberalismo-libertarianismo es definido por Moisés, quien liberó a la iglesia de la Esclavitud y dio la ley para seguir viviendo en esa libertad.

El Cristiano bíblico sigue “un culto racional (lógicos)“ ese culto racional es no “conformarse a este mundo sino que comprueba la voluntad de Dios.” Juan desafió a Heráclito, a los académicos de sus días, al devolverle a la palabra Logos el significado correcto. Por lo tanto, el cristiano que persigue el Reino de Dios y su justicia no se contenta con lo que los facultativos humanistas definen como “liberal-libertario,” sino que el liberal-libertario a los ojos de Cristo es un amante de la libertad, la cual es el orden de redención del pecado y de sus consecuencias culturales, alcanzada bajo la soberanía de Cristo. Para las Escrituras, la libertad es un orden santo promovido y establecido por el Espíritu Santo. En ese sentido el libertario o liberal es un guiado por el Espíritu Santo.

Sobre la Ley

Por Youseff Derikha

En nuestros días «tan ajetreados» hablar de la ley evoca en nuestras mentes una imagen de libros llenos de códigos complejos que solo pueden interpretar abogados, ya que ellos están escritos en un lenguaje de abogados y no nosotros no somos abogados. Esta imagen es muy común, puesto que hemos convertido el concepto del ley en un concepto que apunta a lo que los políticos redactan en un escrito luego de deliberar entre ellos llevando a votaciones «proyectos de ley». Estos luego pasan por las manos de unos burócratas «expertos» (juristas) que intentan darle forma legal y que en lo posible no contradigan el ordenamiento jurídico imperante.

Todos estos procedimientos «democráticos» no son otra cosa sino una prostitución del término «ley». Antes de la existencia del estado moderno, las leyes no eran obra de hombres (exceptuando las tiranías, claro). Siempre se vieron como reveladas por los dioses en el caso de las naciones paganas, y como reveladas por Dios nuestro Señor en el caso de las naciones judeocristianas.

La ley así, no era una cosa de factura humana, así como cuando los fundadores de un equipo de futbol se reúnen a decidir de qué color será la vestimenta de de su equipo. No, la ley era vista como algo trascendente a los seres humanos y que estaba sobre ellos, gobernándolos y juzgándolos. Era literalmente, la palabra de los dioses o de Dios mismo, y por tanto, la dignidad de la ley era tan alta como la dignidad de los dioses o de Dios.

En el caso de los pueblos paganos, siempre se buscó un canal que uniera al pueblo con los dioses. Una persona que poseyera de forma exclusiva la «inmanencia» de la divinidad. Con inmanencia nos referimos a la cercanía de los dioses y su interacción con el mundo. Esta inmanencia tenía un canal, y ese canal siempre fueron los reyes, ya sean que se llamasen faraones, césares, príncipes o lo que fuera. La fe de esos pueblos era que el canal que conectaba al pueblo con la divinidad era la persona del rey. Y el orden cósmico era establecido a través de la palabra del rey que era la portadora de la gloria de la divinidad. Por lo que el rey era visto como hijo de los dioses y con una dignidad divina.

Desde este punto de vista, los pueblos paganos identificaban la ley con la palabra del rey. Puesto que el rey poseía la gloria (la divinidad) siendo un canal entre los dioses y los hombres, como sumo sacerdote, su palabra era identificada con la ley. Por esto es que los pueblos paganos siempre adoraron a sus reyes, porque identificaban en ellos, el canal en que los dioses se comunicaban con el mundo. Para más información sobre este tema, recomiendo leer el libro de Henri Frankfort «Reyes y Dioses: estudio de la religión del Oriente próximo». Pueden encontrarlos fácilmente en pdf internet.

Ahora, el punto de vista bíblico sobre este asunto tiene una diferencia radical con el anterior. Si bien, se establece que la ley es una revelación de la divinidad, esta no es controlada o monopolizada por ninguna institución o rey. La ley viene dada directamente de la Divinidad al individuo. Jesucristo es el único canal entre Dios y los hombres «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Tim. 2:5). Y nuestro Señor nos ha dejado Su palabra escrita en la Santa Biblia.

La ley en un sentido amplio, desde un cosmovisión bíblica, es la palabra misma de nuestro Dios. Toda la Biblia es ley para el hombre, porque ella es un tratado de ley y pacto para el hombre. Y al ser Cristo el único mediador entre Dios y los hombres, no hay otro canal con el cual Dios nos revele su voluntad sino Su propio Verbo (Cristo) a través de Su Santa Palabra.

Las diferencias así son tremendas respecto al mundo pagano, puesto que la ley no es controlada o entregada por ningún ser humano o institución, sino que es directamente entregada por Dios al individuo, siendo la ley de Dios como Él mismo es: eterna, inmutable, perfecta, justa, santa y buena (Rom. 7:12). Y esa ley es entregada directamente al individuo para su propio gobierno y juicio. Para esto, el Señor Jesucristo ha enviado al Espíritu Santo, que nos lleva a toda verdad (Jn. 16:13). Todo el proceso alrededor de la ley es un proceso trascendente e inmanente (Dios obrando en nosotros de forma providencial y sobrenatural). Los reyes, si es que los hay (porque en la visión bíblica el rey humano es innecesario, véase 1 Sam. 8-12) son simples diáconos (servidores), jueces que deben aplicar la ley de Dios. No son ni divinos ni puentes entre dios y los hombres.

Así, la ley es verdaderamente divina; una revelación de la divinidad. Por tanto, es de esperar que la ley posea la misma naturaleza de la Divinidad; esto es, perfecta, justa, inmutable, eterna, santa, buena, etc. El mismo rey David entendía muy bien esto,

7La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo.
8Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos.
9El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; Los juicios de Jehová son verdad, todos justos.
10Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; Y dulces más que miel, y que la que destila del panal.
11Tu siervo es además amonestado con ellos; En guardarlos hay grande galardón. (Salmo 19).

Así, la ley no puede ser manipulada, manoseada, discutida, «aprobada» por nadie. La ley es la palabra de Dios, que es nuestro Soberano.

¿Ahora puede comprender porqué digo que la palabra ley ha sido prostituida por el actual estado de las cosas? La ley ahora es a imagen del hombre, mutable, imperfecta, injusta, impía, mala, efímera, corrupta. Y esto por un principio dado por nuestro Señor: El árbol malo da frutos malos; el arbol bueno da frutos buenos. No puedes esperar que el árbol malo de frutos buenos. No podemos esperar que un grupo de hombres que se proclaman independientes de Dios, soberanos, con poder de legislar, nos entreguen algo semejante a la preciosa, santa, justa, perfecta y eterna ley de Dios. Solo nos darán injusticia, robo, mentira, tiranía, y cualquier cosa que pueda salir de un corazón corrompido como es el de todo hombre que se coloca en el lugar de Dios.

La Necesidad de la Ley Bíblica

Capítulo 1 de Institución de la Ley Bíblica, tomo 3
Autor R. J. Rushdoony
Traductor: Youseff Derikha

Según el cómputo rabínico, la Torá tiene 613 leyes. Según el recuento cristiano, el número es algo menor porque el antiguo recuento rabínico a veces divide una misma declaración en más de una ley. Cualquiera que sea el enfoque que se utilice para contar las leyes, sobresale un hecho muy significativo.

El propósito de Dios es que toda la sociedad, y todos los hombres y naciones, se rijan por Su ley. Ahora bien, las leyes de cualquier estado o nación particular en nuestro orden mundial actual no pueden ser comprendidas en 613 grandes libros de leyes, y mucho menos en 613 leyes. Obviamente, Dios no pretende que las leyes de una nación cubran todas las cosas, ni que gobiernen todas las cosas.

Los hombres se oponen a la ley de Dios porque legisla contra el pecado. Prefieren un orden que permita el pecado y prohíba la libertad. Ven la ley de Dios como una tiranía porque es un control sobre el pecado mientras que ellos prefieren controles sobre la libertad y una licencia para pecar. Asistimos a lo que el juez Harold J. Rothwax ha llamado un «afecto por el formalismo… que apuñala el corazón de nuestros valores morales más preciados».[1]

Las palabras justicia y rectitud son en la Biblia una misma cosa. En la práctica, hoy en día, hay poca relación entre ellas. Tal separación significa la muerte de una cultura.

Hay otro aspecto importante de la ley de Dios, de la ley bíblica. A un abogado o juez moderno le puede parecer que 613 leyes son muy pocas. La verdad es aún más radical. Como veremos, de las 613 leyes, muchas no son ejecutables por el hombre, sino sólo por Dios. Esto significa que las jurisdicciones de la iglesia y el estado son muy limitadas. Tenemos aquí un libertarismo piadoso que limita severamente los poderes de todas las agencias humanas. La ley bíblica parece opresiva sólo para aquellos que quieren libertad para pecar. Las leyes de Dios tienen como propósito nuestro bien. En Deuteronomio 10:13, Dios nos ordena a través de Moisés

“y que guardes los mandamientos del SEÑOR y sus estatutos que yo te ordeno hoy para tu bien”

No dice mucho del carácter de los pastores que ven la salvación como la libertad de cumplir la ley. Por medio de Jesucristo, somos liberados de la condenación de la ley, de su pena de muerte, para poder vivir dentro de la ley, ahora escrita en las tablas de nuestros corazones (Ezequiel 36:25-28; Jeremías 31:33-34).

Dios entregó Su ley a través de Moisés al pueblo de Israel, en primer lugar, y no a sus instituciones excepto en segundo lugar. Son las personas las que deben cumplir la ley. Puesto que es para nuestro bien, la ley de Dios es para nosotros «la ley perfecta de la libertad» (Stg. 1:25). Si descuidamos esa ley, descuidamos nuestra libertad y caeremos en la esclavitud del estado y de la iglesia.

Los hombres culpables no son hombres libres. En nuestra época, someter a las personas a un » sentimiento de culpa » se ha convertido en algo habitual y en una forma de esclavitud. Somos culpables si violamos la ley de Dios, pero no se nos puede obligar en conciencia a obedecer la ley del hombre. Es conveniente que a menudo obedezcamos las leyes hechas por el hombre porque no estamos llamados a cambiar el mundo mediante la ilegalidad y la revolución, sino a través de Jesucristo. La regeneración, no la revolución, debe ser nuestro camino.

Debemos reconocer que como cristianos para nosotros el primer y más básico gobierno es el autogobierno del hombre cristiano. Sin esto, tenemos naciones de esclavos. Luego, en segundo lugar, la institución gubernamental básica es la familia, la primera esfera de gobierno del hombre, su primera iglesia y escuela, su primera área de conocimiento económico, y así sucesivamente. Tercero, la iglesia es un gobierno; cuarto, también lo es la escuela. Quinto, nuestra vocación nos gobierna, y, sexto, también lo hace la sociedad en la que vivimos, sus asociaciones privadas y públicas, etc. En séptimo lugar, el gobierno civil, el estado, un gobierno entre muchos, también nos gobierna.

La ley de Dios nos provee de Su ley para cada esfera. Sólo ella puede dotarnos para resistir la invasión de poderes ajenos. Sólo ella capacita a la persona individual y a la familia para gobernar adecuadamente.

No podemos esperar que nuestras iglesias y estados actuales sean favorables a la ley de Dios, porque ésta les niega los poderes que reclaman y utilizan.

Ahora hay un gran cambio gubernamental en marcha. Con los movimientos de las escuelas cristianas y de la educación en el hogar en marcha, vemos que cada vez más familias recuperan una esfera de gobierno frente al estado. Esto representa un gran movimiento contra las fuerzas de la Ilustración y el estatismo.

También se reconoce cada vez más que la fuente del derecho es el dios de un pueblo o país, y el estado moderno es el dios de la era moderna. La soberanía pertenece a Dios y, por tanto, Él es la única fuente válida del derecho. La primera edición de la Enciclopedia Británica (1771, vol. 2, p. 862) comenzó su estudio de la ley definiéndola como «El mandato del poder soberano, que contiene una regla de vida común para los súbditos». La ley que reconocemos como nuestra verdadera ley es nuestro dios y soberano. Demasiados pastores, al negar la validez de la ley de Dios, reconocen con ello que adoran a un dios falso, y lo hacen descaradamente. Dicen en efecto con Faraón: «¿Quién es Jehová, para que yo obedezca su voz?» (Ex. 5:2). Obedecer a Dios significa obedecer Su ley, Sus mandamientos.

W. A. Whitehouse dijo de las palabras obedecer y obediencia que en el hebreo es oír. Simplemente nos dice que oír a Dios es obedecerle. Esto también es cierto de la palabra griega traducida como obedecer. El contraste de oír y obedecer es revuelta o desobediencia. La palabra se usa en forma de pacto. La respuesta al pacto de gracia y ley de Dios es propiamente escuchar y obedecer.[2]

Puesto que la ley es para nuestro bien, es una comunicación personal de Dios a Israel, a un mundo caído, y a la iglesia y las naciones. No hay nada personal en una ley del Congreso, del Parlamento o de cualquier organismo similar. Por el contrario, es estrictamente impersonal y técnica; se presta a ser meticulosa y a ser mal utilizada. La ley de Dios es la palabra personal para nuestro bien, del Dios totalmente personal. A veces se nos dice, en una frase reveladora, que un delito denunciado a un organismo del estado pone en marcha la maquinaria de la ley. Esto expresa el funcionamiento frío e impersonal de la ley del hombre, o del estado. No es así con Dios. La Biblia habla de la ira de Dios; ¡nada podría ser menos impersonal! El pecado es una ofensa totalmente personal contra un Dios totalmente personal. Muchas personas simplemente malinterpretan la Biblia y tratan de dar un significado menos personal a muchas expresiones, y esto deforma su significado. Por ejemplo, Dios, en Números 12:14, rechaza el intento de Moisés de despersonalizar la ofensa y el castigo de Miriam, subrayando la ofensa personal de Miriam y su pecado, diciendo,

14Respondió Jehová a Moisés: Pues si su padre hubiera escupido en su rostro, ¿no se avergonzaría por siete días? Sea echada fuera del campamento por siete días, y después volverá a la congregación.

Despersonalizar a Dios es también despersonalizarnos a nosotros mismos.

Si, como la Escritura deja claro, hemos de vivir según lo que, como mucho, puede llamarse 613 leyes, entonces no podemos tener un estado-poder ni una iglesia-poder, porque su esfera de relevancia se limita a unas pocas de esas 613 leyes. Significa también que aquellas leyes de las 613 que no están reservadas por Dios a Su propia ejecución, o que son dadas al estado y a la iglesia, son puestas en manos de los individuos y las familias. El cristiano debe ser, pues, un hombre de la gracia y un hombre de la ley: debe manifestar ambas cosas y convertirse en su manifestación andante.

La gracia en el Antiguo Testamento es «la benevolencia y la gracia en general, esto es, cuando no hay ningún vínculo o relación particular entre las personas implicadas. Además, es mostrada por un superior a un inferior, y no hay obligación por parte del superior de mostrar esta bondad». Este significado está muy desarrollado en el Nuevo Testamento.[3]

La gracia y la ley son un pacto. El pacto de Dios es un pacto de gracia porque para Él entrar en un pacto o tratado con el hombre es un acto de gracia del superior hacia el inferior. Al mismo tiempo, un pacto es un tratado de ley por el que, en este caso, el mayor le dice al menor cómo debe vivir bajo su cuidado y protección. Rechazar la ley de Dios es rechazar su gracia por la que nos da su ley para nuestro bien. Rechazar o romper el pacto de Dios es invitar y estar bajo su juicio, y eso es lo que hemos hecho.

La gracia y la ley son un pacto. El pacto de Dios es un pacto de gracia porque para Él entrar en un pacto o tratado con el hombre es un acto de gracia del superior hacia el inferior. Al mismo tiempo, un pacto es un tratado de ley por el que, en este caso, el mayor le dice al menor cómo debe vivir bajo su cuidado y protección. Rechazar la ley de Dios es rechazar su gracia por la que nos da su ley para nuestro bien. Rechazar o romper el pacto de Dios es invitar y estar bajo su juicio, y esto lo hemos hecho.

El juicio es tanto pactual como personal. Dios es una persona; Su ley es personal, y también lo es Su juicio. Desde la Ilustración, los hombres han despersonalizado constantemente sus vidas, el mundo y el universo. La física de Sir Isaac Newton fue aclamada como un triunfo, y Newton como un hombre incomparablemente grande, porque despersonalizó el universo. Para muchos deístas, Newton también despersonalizó, en efecto, a cualquier dios que pudiera existir. En el mejor de los casos era el Gran Mecánico.

Desde entonces, hemos despersonalizado toda la vida, incluido al estado. Esto fue más fácil de hacer una vez que se eliminaron los reyes y se sustituyeron por la mecánica del estado en forma de un método de gobierno, no malo en sí mismo, pero mortal en el contexto de la despersonalización cultural.

Podemos conocer a las personas, pero ¿podemos conocer 613 o 60.013 libros de leyes? Podemos conocer a Dios, que no cambia (Mal. 3:6), pero ¿podemos conocer al estado, cuyas leyes o carácter cambian constantemente?

¿Y qué es la ley, si cambia constantemente a voluntad de los hombres? Si una ley del Congreso puede redefinir el bien y el mal, o si los tribunales pueden legalizar el aborto, la homosexualidad y la eutanasia, ¿por qué no la violación y el asesinato? Si el estado define la moral, ¿Qué pasa con el bien y el mal, o con la verdad?

Estamos en las últimas etapas de la creciente decadencia y colapso de la ley estatista. Es hora de reconsiderar la ley de Dios. Nuestra libertad depende de ella.


[1] Harold J. Rothwax, Guilty, The Collapse of Criminal Justice (New York, N.Y.:Random House, 1996), p. 99

[2] W.A. Whitehouse, “Obey, Obedience,” Alan Richardson, editor, A Theological Word Book of the Bible (New York, N.Y.: Macmillan (1950) 1960), p. 160.

[3] N.H. Smith, “Grace,” in Alan Richardson, ibid., p. 100f.